“Podría jugar hasta los 40 años”, creen quienes más conocen al lateral, meticuloso con la alimentación y maduro en su vida familiar. Aspira a jugar con la selección un año y medio después
Hay futbolistas que no son juzgados por su rendimiento, sino por la imagen que proyectan. En un deporte con semejante carga emocional, a todos interesa que haya presuntos villanos que ayuden a realzar la figura del héroe tradicional.
El valor de la carrera como lateral izquierdo de Jordi Alba, vistos los números, no debería admitir reproche alguno. No sólo eso. Sus cifras deberían emparentarle con los grandes especialistas históricos de su demarcación (40 goles y 98 asistencias en 589 partidos entre clubes y selección). Aunque él siempre tuvo que cargar con los daños colaterales de su extrema competitividad. Nunca se calló. Tampoco negó una protesta. Siempre que pudo incordió al contrincante y desquició al hincha. Al rival, aunque también al propio. “Pero cualquiera que se haya ido a tomar algo con Jordi Alba nunca podrá hablarte mal de él. Es cariñoso y muy afectivo. Te lo llevarías a tu casa”, defienden desde su círculo más cercano.
Sin embargo, ese reverso de Jordi Alba casi siempre permaneció en la bruma. Apenas desveló lo que se escondía tras su habitual gesto enfurruñado la noche de mayo de 2019 en la que el Barcelona de Valverde se precipitó al vacío de Liverpool (4-0). Al descanso, se echó a llorar en el vestuario de Anfield. El desastre aún no se había consumado, pero él no podía soportar la sensación de no haber estado a la altura.
Hubo entonces quien pronosticó un progresivo declive futbolístico. Ni mucho menos fue así. Hace una semana cumplió 32 años. Está en uno de los mejores momentos de su carrera. El Barcelona continúa viviendo de su sociedad con un Leo Messi que vive pendiente del desmarque a su izquierda. Y, año y medio después de jugar su último partido con España (el 5 de septiembre de 2019 frente a Rumanía), ha vuelto a recuperar su taquilla en la selección.
La relación con Luis Enrique
Alba está haciendo todo lo que está en su mano para que los ojos mediáticos sólo se recreen en su juego, y no en escaramuzas. De ahí que se haya venido alejando tanto como ha podido de la prensa. De hecho, en un principio estaba previsto que fuera él quien tomara el micrófono en la víspera del trascendental duelo de este domingo en Tiflis, aunque quien acabó tomando el púlpito ante los periodistas fue el portero Unai Simón. Ya se sabe. Alba hubiera tenido que afrontar, una vez más, todas esas cuestiones relacionadas con una supuesta relación de amor-odio con Luis Enrique. Una historia que nació tras un 4-0 con el Barcelona en París con el asturiano en el banquillo azulgrana, y que, pese al disgusto entonces del técnico con jugadores como el propio Alba, Busquets o Iniesta, siempre tuvo más de leyenda que de realidad. Luis Enrique, por mucho que se haya escrito sobre ello, nunca se dejó llevar por fobias personales en sus equipos. Los jugadores entran y salen de sus planes según su particular mirada deportiva, no emocional.
Luis Enrique, pese a la confianza ofrecida al valencianista Gayà, ha vuelto a recurrir a Jordi Alba, quien aspira a hacerse con un puesto en el once frente a Georgia tras el decepcionante empate de España frente a Grecia en el estreno de la fase clasificatoria del Mundial de Qatar.
A Jordi Alba le avala su desempeño en una temporada en la que apenas ha tenido percances musculares (sólo se ha perdido dos partidos por lesión en una campaña en la que ya ha jugado 38 encuentros) y también en la que está explotando como nadie la vía abierta en su orilla gracias al 3-4-2-1 con el que Ronald Koeman ha propulsado al Barcelona. Alba ha marcado este curso cinco goles, ha repartido 12 asistencias, y ha cargado junto a Messi un año más buena parte del peso ofensivo del equipo. Tras un verano en el Camp Nou en el que volvió a ser discutida su sempiterna presencia en un carril al que nunca pudieron aspirar Digne, Mathieu o Junior Firpo, ahora nadie advierte la necesidad de buscar más recambios. A Jordi Alba le quedan aún tres temporadas de contrato. Y él no piensa irse.
Estabilidad emocional
“Podría jugar hasta los 40 años si él quisiera”, defienden desde su entorno. Hace años que Alba optó por abandonar las bebidas azucaradas. También el hábito de acercarse a la nevera sin ton ni son. Meticuloso con la alimentación, pero sin mayores consejos que los que le ofrecen los nutricionistas del club, trata de exprimir el entrenamiento silencioso. El que tiene que ver también con el descanso adecuado. Y también con la estabilidad emocional.
“Es muy niñero. Se desvive por su familia”, mantienen desde su círculo de confianza. Hace seis meses nació su hija Bruna. Piero, de tres años, es el primogénito de Jordi Alba y su pareja, Romarey Ventura. Sus íntimos buscan una razón a su buenaventura: “Esa paz influye en un deportista, como en todas las personas. Y él es muy feliz”.
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