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jueves, 5 de noviembre de 2020

Ter Stegen socorre al Barcelona

Barcelona – Dinamo (2-1)

Jueves,
5
noviembre
2020

10:29

El equipo de Koeman, muy pobre y aliviado por su portero, aclara su clasificación frente a un Dinamo en el que su guardameta también se vistió de héroe


Koeman: “Tenemos que mejorar en el juego sin balón”
EL MUNDO (Vídeo)

Los porteros siempre están solos. De acuerdo, a su alrededor corretean futbolistas que les resguardan, también que les oprimen. Pero ellos siguen aislados en su área. En su mundo. El error supone la condena. El acierto, en cambio, no es más que un ejercicio rutinario. Parar forma parte de su vida. Ese habitual desprecio por el oficio de guardameta niega demasiadas veces su especial relevancia en un deporte en el que los goleadores son los que acaparan la atención, los premios y el babeo. Un guardameta de prestigio, Ter Stegen, y otro anónimo, un adolescente ucraniano en su segundo partido como profesional, Neshcheret, glorificaron su oficio. [Narración y estadísticas: 2-1]

Para descifrar el triunfo del Barcelona frente al Dinamo de Kiev habría que detenerse en Ter Stegen. Más allá de que la victoria de los azulgrana se diera por descontada ante un rival tan minimizado por las ausencias, el portero asomó en cuatro acciones capitales. A contrapié y con Buyalskiy pensando que su testarazo supondría el momentáneo empate, el brazo izquierdo de Ter Stegen fue una viga. Su pie, una estaca frente a Supryaha. Y su pecho, un muro ante Tsygankov, atormentado una segunda vez por la manopla. Pero no una tercera, porque ni siquiera los mejores son infalibles. Volvió el alemán tras once semanas lesionado, devolvió a Neto a un banquillo ya con rejas, y socorrió a un Barça tan desconcertante como frustrado por su mala cara. No parece poco.

De acuerdo. Ronald Koeman logró el primero de los objetivos, atrapar el pleno de victorias en la Champions que aclara su clasificación para los octavos de final del torneo. Pero ni mucho menos el segundo, mostrar algo de consistencia. El inconcebible apagón del Barcelona después de un primer cuarto de hora en el que marcó un gol -Messi otra vez de penalti-, y remató hasta ocho veces amontona lecturas.

Messi marca de penalti el primero del Barcelona
Messi marca de penalti el primero del Barcelona

Al desengaño propio de quien suma ocasiones sin acierto alguno -no hubo rastro de Griezmann después de fallar a puerta vacía- se unieron las ya habituales deficiencias del equipo en el ataque estático. Si el rival se recoge las costuras son tantas que uno parece un guiñapo. Sólo Ansu Fati, asistente a Piqué en el gol que sentenciaba la noche, parecía capacitado para asumir acciones de desborde. A Pedri se le vio esta vez desubicado, sin saber si debía quedarse en el centro o dejar espacio a Messi. El argentino deambuló. No está a gusto.

También fue evidente el deficiente rendimiento de Frenkie de Jong como central. Pretende Koeman que su compatriota desarrolle su potencial desde atrás, con todo el campo por delante. Pero De Jong no tiene capacidad alguna de corrección. Por su zona los ucranianos bailaron cuanto les vino en gana.

En este fútbol tan moderno que todo se lo lleva siempre se agradece que tipos de otro tiempo como Mircea Lucescu continúen en primera línea. Sirva su presencia en el banquillo del Camp Nou para evidenciar que la veteranía (75 años) no necesariamente debe enlazarse con trajes apolillados y libretos retrógrados. Dirige Lucescu -o Furbescu, como así le bautizaron en Italia por su astucia- a un buen puñado de aquellos jóvenes ucranianos que ganaron el último Mundial sub-20. Chicos que debieron hartarse a escuchar viejas historias del general Valery Lobanovsky, o también de héroes más cercanos como Andriy Shevchenko, en las desvencijadas literas de la ciudad deportiva del Dinamo de Kiev.

Pero bastante tuvo Lucescu con poder formar con un once competitivo al llegar a Barcelona con 13 bajas, nueve de ellas provocadas por el coronavirus. Los dos mediocentros titulares faltaban, echándose especialmente de menos ese talento de medias caídas y alta mirada llamado Shaparenko. Aunque donde más debía notarse el estropicio era en la portería. Ausentes los dos metas del primer equipo, quien tuvo que situarse bajo palos fue Neshcheret, de 18 años. Aunque su edad no podía desentonar ante los dos centrales encargados de resguardarle, Zabarnyi (18) y Popov (21).

Piqué celebra el segundo gol del Barça al Dinamo.
Piqué celebra el segundo gol del Barça al Dinamo.LLUIS GENEAFP

Y Neshcheret, que debía estar viendo desde el otro lado del océano las intervenciones de Ter Stegen, se dispuso a vivir la noche de su vida. Fueron 12 sus paradas, ocho de ellas en el interior del área. Y su gesto nunca cambió. Era su deber. Su cometido.

Koeman, viendo que su equipo mostraba la peor imagen de la temporada, asumiendo que tenía que rescatar a Lenglet e incluso dar una oportunidad a Aleñá, hasta ahora olvidado, no pudo más que volver a desesperarse. Y presenciar esos últimos minutos agónicos frente a un Dinamo que husmeó el empate hasta el final.

Ter Stegen trajo algo de paz. Aunque nunca un portero debería ser la única respuesta. Bastante tiene.

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